Reviso mi memoria para tratar de recordar las veces en que vi las orillas del camino de ingreso a Santiago desbordadas de gente, generosas en sus gritos, pletóricas de aliento popular. Recuerdo la multitudinaria bienvenida a Fidel Castro en 1971. Recuerdo el regreso a Chile de la “última exiliada”, Hortensia Bussi de Allende...
Rememoro el traslado de los restos del propio Allende desde el Cementerio de Santa Inés, en Viña del Mar, al Cementerio General de Santiago, en 1990. El vehículo que lleva el féretro surca veloz -excesivamente veloz- la carretera, la Alameda, las calles del centro, como si temiera que el espíritu del cuerpo que acarrea fuera a inquietar en exceso los comienzos de la delicada transición. Un amigo europeo me pregunta si acaso hay temor a que secuestren el ataúd. Me impacta la idea e imagino el hecho: el cadáver, expropiado por tanto tiempo, es robado, como gesto de recuperación, y circulan luego rumores interminables sobre la tumba. Hay muchas tumbas, dicen, muchas, en diversos rincones de Chile… Vuelvo a la realidad: la transición camina a paso lento, el ataúd de Allende a toda velocidad. Y, sin embargo, es un gran avance ese funeral y el pueblo así lo siente.
Quizá si el 11 de marzo de este año algo de todo eso vibraba a las orillas de los caminos. Y también la algarabía popular que mis padres describían al recordar el triunfo de Aguirre Cerda en 1938. Y de la muchedumbre de octubre de 1988 y del triunfo, un año más tarde, del Presidente Aylwin. Michelle Bachelet, una mujer socialista, entró a Santiago, desde Valparaíso, representando eso y mucho más: una memoria, una historia, también un futuro.
“Hoy soplan vientos distintos”, dijo Bachelet, en su primer discurso como jefa de un “gobierno de los ciudadanos”, de un gobierno de un Chile en que “no habrá ciudadanos olvidados”. “Ese es mi compromiso”.
¿Cómo se insertan los partidos políticos en ese “gobierno ciudadano”? Es una cuestión que surgió durante la campaña, cuando se avizoró, en la primera vuelta, una supuesta contradicción entre la “campaña ciudadana” y el rol de los partidos. La segunda ronda electoral subsanó desajustes: la relación más directa, sin intermediaciones, entre la candidata y la gente, y el despliegue territorial de los partidos y de sus militantes, convergieron positivamente. Pero, con las designaciones ministeriales y de otros altos cargos ha continuado la especulación periodística y de los círculos políticos respecto a cuál será efectivamente el rol de los partidos en el gobierno que recién se inicia.
Mi impresión es que la respuesta deben darla los propios partidos. Es bien conocido que tienen actualmente bajos índices de estimación ciudadana, según las encuestas. Muchos, entre los cuales me cuento, sienten que los partidos han dejado de lado varios de los roles que, aún imperfectamente, asumieron en un tiempo pretérito -transmisores de cultura, pedagogos sociales, formadores políticos- para cumplir funciones más operativas, más apegadas al ejercicio del poder del Estado, con liderazgos fuertemente asentados en los medios de comunicación audiovisuales. Pero también muchos pensamos que, aún siendo entidades siempre imperfectas y sujetas a deformaciones ya clásicas, los partidos son uno de los cimientos del sistema democrático.
Entonces, su gran desafío es ajustarse a una sociedad que ha cambiado radicalmente en la forma como convive, como trabaja y como se comunica. Y a un gobierno que es distinto porque es más “ciudadano”. Los partidos que lo apoyan necesitan preguntarse cómo se reforman para contribuir a que, desde todos los escenarios posibles, se generen condiciones favorables al cumplimiento del programa de ese gobierno. En particular, esta tarea pareciera ineludible para el Partido Socialista, aquel al que pertenece la Presidenta y aquel que luchó por establecerla como candidata de la coalición y luego por su triunfo electoral.
Se trata de un exigencia a todos los socialistas y debiera ser, constructivamente, el gran tema de las elecciones internas convocadas por la actual dirección, ya que ha optado por no realizar un Congreso partidario.
Pero un primer punto necesita ser despejado y clarificado: el apoyo del Partido Socialista al gobierno de Bachelet no debiera suscitar discusión. El PS se ha comprometido con un programa de cuatro años y eso significa que, sin perjuicio de planteamientos propios de un horizonte más extenso, a los que ningún partido político podría renunciar, el PS debe apoyar todo aquello que está en el programa y velar para que se cumpla tanto cuanto las circunstancias lo permitan. No cabe, salvo cambios muy evidentes de situación, promover objetivos que vayan más allá de los comprometidos. Hay que recordar que ninguno de los tres gobiernos de Concertación ha podido cumplir al cien por ciento su programa. Es claro que lograrlo no depende exclusivamente de la voluntad del gobierno y sus partidos. De esta manera, para ser preciso, de lo que se trata es que un gobierno haga efectiva y honestamente todo lo que esté a su alcance para cumplir sus metas y que, si no las logra, explique con transparencia la razón y no omita señalar los responsables de su no cumplimiento. En este último aspecto los tres gobiernos concertacionistas, presionados por la necesidad de los votos de derecha en el parlamento, han optado por ser menos claros de lo que sería deseable. La derecha aparece siempre como “oposición constructiva” y termina votando a favor proyectos de ley que, en el decurso parlamentario, ha mutilado a su propio gusto. Mejor sería que la ciudadanía sepa claramente cuál ha sido su rol obstructor.
Entonces, la pregunta crucial es: ¿cómo contribuye de la mejor manera el PS al éxito de su propio gobierno? Obviamente ninguna persona puede dar respuesta a esta cuestión ya que, por su naturaleza, debe elaborarse colectivamente.
¿Se requerirá un partido más participativo, democrático y abierto que el actual, con menos síntomas de oligarquización, para estar en consonancia con un gobierno ciudadano, que quiere innovar en los métodos de gobernar y en su aproximación a las personas? La respuesta es obvia, pero habría que dar entonces pasos para poner término a las “corrientes” cristalizadas en grupos corporativos o mutuales y para garantizar la vigencia de las normas democráticas internas aprobadas legítimamente por los eventos partidarios. Debe también establecerse una voluntad y un espíritu “institucional” que ponga por encima de los intereses tendenciales el interés colectivo del partido como tal. Se hace necesario combatir el ensimismamiento partidario, ese hábito a generar los propios problemas y las soluciones entre un grupo reducido, la concentración en los temas estrictos de poder sin clara atención a los fundamentos y diferencias políticas. No es concebible un partido “internista” que pretende ser sostén principal de un gobierno “ciudadano”…
¿Cómo se fortalecen las ideas del programa y las del socialismo en la sociedad? Sin duda un gobierno necesita apoyos desde todas las instancias sociales organizadas. Es común sostener que hay que volcar al PS a la sociedad y no dejarse absorber totalmente por las preocupaciones de Estado. Pero volcarse a la sociedad, más allá de la buena intención, pareciera no bastar. Pienso que hay que hacer también el proceso inverso: traer sociedad organizada al interior del PS, pensar en cómo la fuerza social estructurada se expresa en el interior del partido. Sostengo que dirigentes locales o sociales plenamente legitimados por actos soberanos de sus organizaciones deben tener, si cumplen ciertas condiciones, una legitimación dirigente en el partido.
¿Cómo se impulsa una acción destinada a convertir al PS en sólido apoyo de gobierno y en protagonista social? Los socialistas demandan hoy a sus propios gobiernos avances de gestión y administración que no se imponen a sí mismos. Se precisa un plan con metas y tiempos de cumplimiento, sometido a un riguroso seguimiento, para dar saltos importantes en la formación política, el reclutamiento, el desarrollo de la presencia socialista en los sindicatos, en el mundo estudiantil, agrario, poblacional, femenino y, en general, en el mundo social. Sería deseable que, para estar a tono con un gobierno que impulsa políticas de igualdad también a nivel regional, el PS reconozca mayores grados de autonomía a sus organismos regionales.
¿Cómo se mantiene e incrementa el apoyo social y político a las medidas de cambio profundo que propone el programa de Bachelet? Pareciera que no basta con el intenso diálogo al interior de la coalición o en un parlamento caracterizado por la exclusión de sectores democráticos. Un PS a tono con el nuevo gobierno debe dar curso, como ya lo ha hecho la Presidenta, a un diálogo político amplio, sin exclusiones, que le permita reaproximarse a la sociedad organizada y a las fuerzas políticas progresistas que no son parte de la coalición de gobierno.
“Hoy soplan vientos distintos”. ¿También será así para el Partido Socialista?
Rememoro el traslado de los restos del propio Allende desde el Cementerio de Santa Inés, en Viña del Mar, al Cementerio General de Santiago, en 1990. El vehículo que lleva el féretro surca veloz -excesivamente veloz- la carretera, la Alameda, las calles del centro, como si temiera que el espíritu del cuerpo que acarrea fuera a inquietar en exceso los comienzos de la delicada transición. Un amigo europeo me pregunta si acaso hay temor a que secuestren el ataúd. Me impacta la idea e imagino el hecho: el cadáver, expropiado por tanto tiempo, es robado, como gesto de recuperación, y circulan luego rumores interminables sobre la tumba. Hay muchas tumbas, dicen, muchas, en diversos rincones de Chile… Vuelvo a la realidad: la transición camina a paso lento, el ataúd de Allende a toda velocidad. Y, sin embargo, es un gran avance ese funeral y el pueblo así lo siente.
Quizá si el 11 de marzo de este año algo de todo eso vibraba a las orillas de los caminos. Y también la algarabía popular que mis padres describían al recordar el triunfo de Aguirre Cerda en 1938. Y de la muchedumbre de octubre de 1988 y del triunfo, un año más tarde, del Presidente Aylwin. Michelle Bachelet, una mujer socialista, entró a Santiago, desde Valparaíso, representando eso y mucho más: una memoria, una historia, también un futuro.
“Hoy soplan vientos distintos”, dijo Bachelet, en su primer discurso como jefa de un “gobierno de los ciudadanos”, de un gobierno de un Chile en que “no habrá ciudadanos olvidados”. “Ese es mi compromiso”.
¿Cómo se insertan los partidos políticos en ese “gobierno ciudadano”? Es una cuestión que surgió durante la campaña, cuando se avizoró, en la primera vuelta, una supuesta contradicción entre la “campaña ciudadana” y el rol de los partidos. La segunda ronda electoral subsanó desajustes: la relación más directa, sin intermediaciones, entre la candidata y la gente, y el despliegue territorial de los partidos y de sus militantes, convergieron positivamente. Pero, con las designaciones ministeriales y de otros altos cargos ha continuado la especulación periodística y de los círculos políticos respecto a cuál será efectivamente el rol de los partidos en el gobierno que recién se inicia.
Mi impresión es que la respuesta deben darla los propios partidos. Es bien conocido que tienen actualmente bajos índices de estimación ciudadana, según las encuestas. Muchos, entre los cuales me cuento, sienten que los partidos han dejado de lado varios de los roles que, aún imperfectamente, asumieron en un tiempo pretérito -transmisores de cultura, pedagogos sociales, formadores políticos- para cumplir funciones más operativas, más apegadas al ejercicio del poder del Estado, con liderazgos fuertemente asentados en los medios de comunicación audiovisuales. Pero también muchos pensamos que, aún siendo entidades siempre imperfectas y sujetas a deformaciones ya clásicas, los partidos son uno de los cimientos del sistema democrático.
Entonces, su gran desafío es ajustarse a una sociedad que ha cambiado radicalmente en la forma como convive, como trabaja y como se comunica. Y a un gobierno que es distinto porque es más “ciudadano”. Los partidos que lo apoyan necesitan preguntarse cómo se reforman para contribuir a que, desde todos los escenarios posibles, se generen condiciones favorables al cumplimiento del programa de ese gobierno. En particular, esta tarea pareciera ineludible para el Partido Socialista, aquel al que pertenece la Presidenta y aquel que luchó por establecerla como candidata de la coalición y luego por su triunfo electoral.
Se trata de un exigencia a todos los socialistas y debiera ser, constructivamente, el gran tema de las elecciones internas convocadas por la actual dirección, ya que ha optado por no realizar un Congreso partidario.
Pero un primer punto necesita ser despejado y clarificado: el apoyo del Partido Socialista al gobierno de Bachelet no debiera suscitar discusión. El PS se ha comprometido con un programa de cuatro años y eso significa que, sin perjuicio de planteamientos propios de un horizonte más extenso, a los que ningún partido político podría renunciar, el PS debe apoyar todo aquello que está en el programa y velar para que se cumpla tanto cuanto las circunstancias lo permitan. No cabe, salvo cambios muy evidentes de situación, promover objetivos que vayan más allá de los comprometidos. Hay que recordar que ninguno de los tres gobiernos de Concertación ha podido cumplir al cien por ciento su programa. Es claro que lograrlo no depende exclusivamente de la voluntad del gobierno y sus partidos. De esta manera, para ser preciso, de lo que se trata es que un gobierno haga efectiva y honestamente todo lo que esté a su alcance para cumplir sus metas y que, si no las logra, explique con transparencia la razón y no omita señalar los responsables de su no cumplimiento. En este último aspecto los tres gobiernos concertacionistas, presionados por la necesidad de los votos de derecha en el parlamento, han optado por ser menos claros de lo que sería deseable. La derecha aparece siempre como “oposición constructiva” y termina votando a favor proyectos de ley que, en el decurso parlamentario, ha mutilado a su propio gusto. Mejor sería que la ciudadanía sepa claramente cuál ha sido su rol obstructor.
Entonces, la pregunta crucial es: ¿cómo contribuye de la mejor manera el PS al éxito de su propio gobierno? Obviamente ninguna persona puede dar respuesta a esta cuestión ya que, por su naturaleza, debe elaborarse colectivamente.
¿Se requerirá un partido más participativo, democrático y abierto que el actual, con menos síntomas de oligarquización, para estar en consonancia con un gobierno ciudadano, que quiere innovar en los métodos de gobernar y en su aproximación a las personas? La respuesta es obvia, pero habría que dar entonces pasos para poner término a las “corrientes” cristalizadas en grupos corporativos o mutuales y para garantizar la vigencia de las normas democráticas internas aprobadas legítimamente por los eventos partidarios. Debe también establecerse una voluntad y un espíritu “institucional” que ponga por encima de los intereses tendenciales el interés colectivo del partido como tal. Se hace necesario combatir el ensimismamiento partidario, ese hábito a generar los propios problemas y las soluciones entre un grupo reducido, la concentración en los temas estrictos de poder sin clara atención a los fundamentos y diferencias políticas. No es concebible un partido “internista” que pretende ser sostén principal de un gobierno “ciudadano”…
¿Cómo se fortalecen las ideas del programa y las del socialismo en la sociedad? Sin duda un gobierno necesita apoyos desde todas las instancias sociales organizadas. Es común sostener que hay que volcar al PS a la sociedad y no dejarse absorber totalmente por las preocupaciones de Estado. Pero volcarse a la sociedad, más allá de la buena intención, pareciera no bastar. Pienso que hay que hacer también el proceso inverso: traer sociedad organizada al interior del PS, pensar en cómo la fuerza social estructurada se expresa en el interior del partido. Sostengo que dirigentes locales o sociales plenamente legitimados por actos soberanos de sus organizaciones deben tener, si cumplen ciertas condiciones, una legitimación dirigente en el partido.
¿Cómo se impulsa una acción destinada a convertir al PS en sólido apoyo de gobierno y en protagonista social? Los socialistas demandan hoy a sus propios gobiernos avances de gestión y administración que no se imponen a sí mismos. Se precisa un plan con metas y tiempos de cumplimiento, sometido a un riguroso seguimiento, para dar saltos importantes en la formación política, el reclutamiento, el desarrollo de la presencia socialista en los sindicatos, en el mundo estudiantil, agrario, poblacional, femenino y, en general, en el mundo social. Sería deseable que, para estar a tono con un gobierno que impulsa políticas de igualdad también a nivel regional, el PS reconozca mayores grados de autonomía a sus organismos regionales.
¿Cómo se mantiene e incrementa el apoyo social y político a las medidas de cambio profundo que propone el programa de Bachelet? Pareciera que no basta con el intenso diálogo al interior de la coalición o en un parlamento caracterizado por la exclusión de sectores democráticos. Un PS a tono con el nuevo gobierno debe dar curso, como ya lo ha hecho la Presidenta, a un diálogo político amplio, sin exclusiones, que le permita reaproximarse a la sociedad organizada y a las fuerzas políticas progresistas que no son parte de la coalición de gobierno.
“Hoy soplan vientos distintos”. ¿También será así para el Partido Socialista?
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